23.9.11

Rothko y James

James acaba de pasar ante una serie de obras núnca vistas. En ocasiones, su cabeza repleta de pelo moreno y ondulado, no ha levantado más de una cuarta sobre la línea de base de los lienzos. No es que sean las Bodas de Caná, como le indicó su madre al ser interrogada insistentemente sobre el cuadro más grande del mundo, pero los cuadros del Expresionismo Abstracto, se caracterizan por ser obras de gran formato, cinco, seis u ocho metros son sus medidas habituales.
Como sucedió un día ante la cúpula de cielo de Kiefer, ha sido algo invisible, lo que le ha hecho parar al final de la exposición. Una obra monocroma y algo posterior a la de los pintores del gesto, ha llamado poderosamente su atención.
Aunque existen jugosas diferencias entre la poética de Motherwell y los campos de batallas abstractas de Vedova, el alumbramiento de Pollock y el preciosismo de Mathieu, o la deliciosa acumlación de microsignos de Tancredi o Tobey y la tersa belleza de la obra de Franz Kline...tras mirar con sus redondos ojos todas estas obras, James, como un animalillo cansado, ha ido a dejarse caer en un remanso, y mientras su madre se ocupa de recoger las pertenencias de la consigna, nuestro pequeño protagonista, se formula la siguiente reflexión ante una obra de campos de color sin color:
"Seguro que es un paisaje que sólo él ha visto. Voy a esperar un poco más y si no sale nada pensaré en ello después. Puedo memorizarlo. Parece la luna de noche, la tierra azul podría ir saliendo al fondo, en el espacio negro. A lo mejor es sólo pintura gris y negra. Da gusto mirar, es como el arroz blanco".

Desde el hall que linda con la sala de exposiciones del primer piso, Helene observa a James de perfil y absorto ante el desolado paraje. Las escaleras caen desde el descansillo hasta la entrada como una cámara de aire que se fuese desinflando con el ruido.
- James, ¿vamos? –le susurra y gesticula a un par de metros-.
- Sí, es que...
- ¿Qué mirabas? -le interroga, mientras James intenta bajar los escalones acompasando sus pasos a los de Helene-.
- No lo sé, era el cuadro más raro que he visto.
- ¿Que tenía?
- Creo que no había nada.
- ¿Nada?
- Tengo que asegurarme...era como el arroz blanco mamá.
- ¿Sencillo y redondo?
- Sí, pero tenía algo más que no sé lo que es, he esperado un rato pero nada...
- ¿Te sentías a gusto mirándolo?
- Sí.
- Es lo más importante de ese cuadro, ya lo entenderás, seguro, ¿Quién era el pintor?
- No lo sé.
- Sabemos donde está, así que lo podemos localizar.
- Era gris en la parte de abajo como el suelo de la luna, de noche, sin nada de luz.
Ella sabe que se trata de uno de los Rothkos pegados a 1970. Guarda silencio, segura de la conveniencia de contemplar sus obras henchidas de color, antes de conocer su trágico final.
Siempre que surge su figura, recuerda una obra particular. Está compuesta por una hermosa mancha roja, un ángulo inferior algo cargado y el perímetro de un rectángulo levísimamente desvaído, casi invisible en la parte superior. Le alivia sentir la huella invisible, y al punto se entristece al relacionar su fragilidad, con el soitario hilo de vida del artista. Durante años, se dijo que era el cuadro más delicado del mundo, y sólo con su leve recuerdo se le rellena el pecho de minúsculas lentejas de agua chocando entre sí.
Minutos antes de salir -como se viene diciendo- han estado caminado por una de las décadas más fructíferas del arte europeo y norteamericano, los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Han visto a los grandes pintores de aquel momento, y uno de ellos, ha causado cierta impresión en este niño de ocho años, Franz Kline.
La tensión dinámica de sus telas puede resultar arrebatadora, pero esa no es la reacción que ha producido en James, sino más bien una cierta comprensión de los mecanismos de la composición. Para averiguar los caminos que va tomando su pensamiento, hemos de pegar el oído a la conversación que Helene, una vez atusado nuevamente el cabello de James, inició así:
- ¿Sucede algo?
- Que está muy bien.
- ¿Por qué lo dices?
- Porque es redondo.
- No es redondo -incide Helene un poco maliciosamente-.
- Ya, quiero decir que no se cae por ningún sitio.
- Es sólido.. -incide nuevamente-.
- ¡Mamá!
- Ya, quieres decir que está equilibrado a pesar de todo, aunque carezca de medidas, geometría, reglas aparentes...
- Eso, y además el blanco, a veces está por encima del negro, por eso da gusto, porque lo que no se ve, es redondo también.
- Bien visto, Kline daba al blanco tanta importancia como al negro aunque cada uno cumple una función diferente.
- Yo creo que el blanco es el fondo, solo que en algunas partes lo ha puesto por encima del negro para compensar cuando está detrás o muy metido al fondo en otros sitios del cuadro, así compensa lo que no se ve y hace bonito dentro.
- ¿Donde?
- Dentro.
Helene relaciona el ángulo inferior algo cargado del que para ella fue el cuadro más delicado del mundo, con la apreciación sobre los blancos de su hijo, y se da cuenta de que hacer bonito para dentro, es lo que tantas veces le ha mentado a su pequeño vástago como esponjarse, una de las principales funciones del arte.
- Eso es esponjarse James.
- El ¿qué?
- Hacer bonito dentro.
- Es porque algunos cuadros no son sólo pintura ¿verdad?
- Verdad, la pintura sin capacidad de esponjar es de baja calidad.
- Lo noto a veces.
- Lo sé.

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