27.4.11

Carmencita y James

Desde que nació, Helene ha detectado que su retoño exhala aire dulce, una blandura hacia las frutas, los colores y los árboles que la tienen en vilo, por eso, se había prometido que no dejaría que bosques raros rodearan a su hijo, que defendería la valla de sus manzanos.
Lo había observado, a hurtadillas, pasando los dedos por las vetas de las berenjenas verdes, posando y desposando las yemas de las lenticelas de las manzanas, dando toquecitos a peras ercolini yuxtapuestas a sus pequeños pabellones auditivos.
La demarcación de su pomar crecía ante la emocionada comprensión de su madre. Estaba convencida de que aquello se debía a una presencia especial que hacía crecer un bosque en su pecho infantil, a la que denominaba Mu.
Pensaba que todo habría comenzado en un punto mil veces más pequeño que la cabeza de un alfiler e ilustraba la naturaleza de sus cavilaciones como un little-bang que se había venido desarrollando parsimoniosamente. Imaginaba un afloramiento de racimos microscópicos, una hermosa blancura de redondeces ganando espacio en la oscuridad..
Con intención de ir moviendo la valla de sus manzanos, Mu, sugiere a James la conveniencia de posar la mirada sobre los bosques de frutas que van pasando delante del cuadro donde se halla nuevamente inserto.
Una niña concentrada, con los párpados hermosamente angulados y las mejillas del color de la Carmencita de Antonio López, lo descubre. James sonríe y se dice para los adentros que parece haber estado comiendo fresas durante una semana entera porque tiene los carrillos frescos. Ella tira de la manga de su papá.
- Papá hay un niño dentro del cuadro.
- Qué cosas tienes...
- Entre árboles de frutas.
- ¿Qué frutas?
- Creo que son manzanas.
- Pregúntale como se llama.
- Se llama James, pero dice que no diga nada porque hay personas que no lo entienden.
- Pues no lo entiendo.
- Ya.
- ¿Por qué está ahí dentro?
- Dice que no lo sabe.
- ¿Y tú por qué lo ves?
- Tampoco lo sé.
- Bueno, vete despidiéndote que todavía tenemos dos salas por delante.
- Vale.
La niña de ojos sagaces le dice adiós con las dos manos y James colando el rostro por el cremoso quicio pintado, responde moviendo una mano con mesura.

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