6.4.11

Ruysdael y James


- Mira hijo, este gran paisaje helado lo pintó Jacob van Ruysdael, un pintor...
- Es un invierno muy frío.
- Si, como en la música de Vivaldi es invierno, gélido.
- En las nubes no hace tanto frío..
- ¿Cómo lo sabes?
- Me lo parece.
- ¿Quieres escucharlo?
- ¿El qué?
- El Invierno, lo tengo en el reproductor.
- Vale.
Revoloteando entre los espectaculares púrpuras y blancos perlados de Ruysdael, se coloca los cascos sin precisión y selecciona el primer movimiento de la estación fría. Helene se ha hecho a un lado, está ante la extensa vista de Haarlem del mismo autor, siguiendo los leves movimientos de cabecita de su hijo.

James y sus hermanos tenían las estaciones de Vivaldi recogidas en su memoria, pues las habían escuchado, aunque a trozos, en numerosas ocasiones. Las notas machaconas, clavadas como témpanos microscópicos, las sinuosas ráfagas del violín contestadas por la abrumadora orquesta y sobretodo, la ensoñadora melodía del Largo. Aquellos dos minutos se instalaron naturalmente en ellos, en Fa, Maximina, Francis y por supuesto, en James. Cada vez que llegaba el Invierno, el hijo menor de Helene cerraba los ojos y planeaba paisajes húmedos, llenando sus pequeños pulmones de blancura y viento frío.
Al comenzar el primer movimiento, la repetición, la tonalidad menor y creciente de los violines, le tragaron hacia el interior de la tierra de Jacob. Se sentía como un animalillo rodeado de materia destemplada, una cría de lepórido con la guarida yerma, amenazada por zorros hambrientos, aterida por ráfagas del norte, empujada a la intemperie. Rascaba el suelo con sus nerviosas extremidades y ante el zumbido del peligro, al romper de los violines en pequeñas tormentas, salía al espacio exterior; una ladera repleta de luz de calcio donde corría y resbalaba por un desnivel tendido. Sus ojos, dos brillantes bolones negros, reflejaban el blanco predominante y algunas motas oscuras de madera y tierra. Aquella extensión, volvería a salpicarse de millares de flores ultramares y el viento primaveral, sería saludado sin oponer resistencia por pétalos del tamaño de sus orejas de liebre.
Antes de finalizar el primer movimiento, con la vista posada sobre el puente de madera, un violín rapidísimo y sencillo raya el epigastrio de James que se imagina atravesando la estrecha vereda del río con su bicicleta, clavándose en seco sobre las imprecisiones de la tierra apelmazada, levantando a su paso las hojarascas del otoño.
Con el comienzo del ensueño melódico, se le esponja el pecho y sobre su caballo metálico, pedalea, acunado en el violín, hacia el agua. Juega a resbalar las ruedas sobre el caudal semi-helado. Las gotas del pizzicato debilitan el hielo, purgan graciosamente el aire y drenan la tierra refrescando las semillas de los lirios y tulipanes del futuro. James mueve en sus pupilas las aspas del molino, ventea el humo de la chimenea y deja caminar a las sombras. Introduce la rueda delantera de su bici por la esquina inferior y se zambulle confiado del agua blanquecina. Tiene el propósito de llegar, bajo la superficie helada, hasta la ciudad que se atisba al fondo, de bucear lo tapado del paisaje. Llegado al lecho del río, aparta su máquina de hierro y moviéndose con la ondulación de los peces que planean en el agua, nota como la luz, debajo del agua, va y viene. Esta sucesión de nubes y claros otorga una fabulosa profundidad en el exterior. La orilla está flanqueada de escarcha y negrura. Le gusta ver las cabezas los siluros asomar a su paso, las burbujas, las patas palmeadas de los gansos pegarse y despegarse y las hojas quietas en la gelatina de hielo. Rompe la membrana, saca su cabecita chorreando colores fríos y el runrún de debajo del agua se convierte en una filigrana de violines sobre el manto inmaculado. Se mece.
En el claro, una bocanada de violines corre entre los cumulonimbos. Sus pies, ora rozan ora planean sobre la tierra. Bajo el gran árbol, una sombra ha llamado su atención infantil, pues escruta hacia delante y hacia atrás.
Al comienzo del presto final, James se encuentra varado en el altozano, al lado de la sombra, dentro del paisaje.
- ¿Has acabado?
- Si.
- ¿Hace menos frío en las nubes?
- No he ido.
- ¿Seguimos?
- Claro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario