30.7.11

Balthus y James

- ¿Qué te parece James?
- ...raro.
- ¿Nada más?
- Sí, pero no sé el qué.
- ¿Entonces?
- Quiero un helado de los que había en el puesto de la entrada.
- Comiste trufas de postre.
- De cookies con caramelo, muy frío...
- Hasta mañana no.
James no puede dejar de pensar en el helado con trozos de galleta. Aunque esté ante uno de los trabajos más singulares del arte actual y quepa la posibilidad de flotar en sus salas y palpar la luz estallada de algunos rincones, la producción de Balthus va a pasar inadvertida para él. Las escenas de Balthasar Kłossowski suelen plasmar los momentos previos a las acciones sugeridas. Mu, ha recogido los datos que han ido cayendo en su poder; una cortina corrida, un gato, una falda, además de algunos comentarios llegados desde los visitantes; "..no son niñas, sino ángeles", "Murió hace poco tiempo", "..rezaba y luego trabajaba lentamente". La actitud impropia de nuestro pequeño protagonista, no será un obstáculo para que la inquietud y los presentimientos que provocan estos cuadros, sean recogidos. Esta información sensible será utilizada en tiempos venideros, latiendo al contemplar niñas un poco mayores, o al oir hablar de Balthus y su gato negro.
James se convence de que cuando hace un poco de calor, lo mejor es comer helados, y prosigue diciéndose que el barquillo en forma de peineta del puesto de la entrada, parecía más compacto que los que había comido hasta el momento, pues al ser extraído por la heladera, había rascado silenciosamente sobre el barquillo inferior. Seguro que cruje con importancia -se dice-. Podría intentarlo a la salida, voy a hablar con Fa a ver si quiere.
- ¿Has visto los helados de fuera?
- Sí, pero mamá no te va a dejar.
- Si se los pedimos los dos a la vez, a lo mejor nos los compra.
- Yo no quiero.
- Siempre quieres.
- Hoy no.
- ¿Por qué?
- Porque no.
- ¿No te apetece?
- No.
- Había de cookies.
- El mio es el de chocolate..
- Pues vamos..
- No.
James no se explica la frustrante resolución de su hermana y se vuelve hacia su progenitora que posando la mano en su hombro, le pregunta:
- ¿Has hablado con tu hermana?
- Si.
- ¿De qué?
- De nada...
Sin contestar, revuelve las ondulaciones del chico y pasa a la siguiente obra.
En cierto modo, le reconforta que los chicos anden algo despistados, pues el contenido de la obra de Balthus no siempre es bien entendido, quizá por no ser fácil de explicar para el grueso de los interesados. Sabe que fue un pintor autónomo, es decir, que a partir de un determinado momento, no se dejó influir por casi nada, iniciando así, su largo vuelo en solitario. Para entrar en la obra decide describírsela e ir haciendo paradas a voluntad.
Hay cuatro hombres y cuatro mujeres en una ciudad oliva. La calle y sus habitantes resultan increíbles. El hombre que está de espaldas pisa una luz más clara. El chico del quicio de la puerta se corresponde en edad con la chica del primer plano. Ha pasado algo que se me escurre. ¿Por qué un gesto tan pensativo en una chiquilla? El inquietante joven está embutido en un saco. El hombre acurrucado parece salido de la negrura de la puerta del fondo. Está sólo en un espacio donde la mayoría son jóvenes. Sólo la abuela transita por una calle diferente. Hay dos docenas de vanos entre puertas, ventanas y escaparates, todos diferentes; abiertos, acristalados, con cortinas, tapiados. Las aceras se confunden con la calle. El perrito parece un cordero. Entre las dos ventanas, encima de la abuela, hay una llave de oro y una flecha que indica hacia la izquierda, quizá quiera decir que la llave para subir la cuesta está en la infancia y la juventud...
- Mamá.
- ¿Qué?
- ¿Quien es esa chica?
- Según el pintor es un ángel.
- ¿Y según tú?
- Puede serlo, todos somos como ángeles hasta un determinado momento..
- ¿Un punto de inflexión?
- Sí.
- Es rara.
- Si, tiene el gesto grave.
- A mi me gusta más Carmencita.
- ¿Quién es Carmencita?
- Una niña que tiene los carrillos de fresa.
- Ahh..
- ¿De clase?
- Nos vimos cuando estaba dentro de un cuadro.
Ella sabe que la imaginación de James es capaz de reducir la realidad hasta dejarla del tamaño de una casa de muñecas. No sabe que Carmencita es real, y desde que lo descubríó dentro de la ventana de Colliure de Matisse, la lleva en su corazón. Helene se fija en que la luz del oeste sobresalta la butaca blanca, haciendo estallar un lado del respaldo, los dedos de los pies de la chiquilla y los pliegues de la manta beige. Menos la cabeza, todo su cuerpo queda bañado despreocupadamente por la luz proveniente del espacio vacío. Según se mire, hay una tensión insana o simplemente inocencia impúdica propia de la edad de tales infantas. La siguiente pieza es muy conocida, se titula, Golden days.
Tras observarla y describirla nuevamente para sí, llega a unas cuantas conclusiones; La calidad pictórica de Balthus, los detalles, el tratamiento de la luz y la elegancia general de las obras, está tan elaborada como su contenido. Se ha dado cuenta de que sus pinturas representan historias que están fuera del tiempo común, contadas con una excelente prosa pictórica. La religiosidad de Balthus, las posturas de abandono de las figuras, los rostros que núnca se miran, la insistencia en su condición de ángeles, y el dar a luz escenas desconocidas hasta la fecha, la llevan a pensar que son relatos del trasfondo de la vida.
En todos sus cuadros pasa algo, no puedes sólo mirarlos.

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